“El ombligo de Guie’dani”: Lenguaje y desobediencia

Karina Solórzano

En la novela 1984, de George Orwell, se somete a la población de un régimen totalitario a través de una lengua que sustituye el habla cotidiana (oldspeak) para evitar “crímenes de pensamiento”. La newspeak del Partido reduce el vocabulario al mínimo sustituyendo los significados a su conveniencia. Una palabra como “malo” se convierte en “no bueno”; el concepto de “alegría” se convierte en “no tristeza”.

No sólo en la ciencia ficción existe la idea de eliminar o modificar el significado de una palabra para que el concepto deje de existir. De cierta manera, a través del uso que hacemos de lenguaje en nuestro día a día, censuramos o usamos eufemismos. Establecer jerarquías en torno al uso de determinada lengua privilegiando una sobre otra (a partir de ideas coloniales) pone en evidencia cómo se ejerce cierto control en la construcción de la identidad de una persona. Porque el lenguaje nos permite revelarnos, nos permite crear relaciones con los otros. El lenguaje conforma nuestra identidad y a partir de él damos cuenta de cómo percibimos el mundo. En El ombligo de Guie’dani (Xquipi’ Guie’dani, Xavi Sala, 2018) existe también una represión sobre el idioma. La película nos presenta a Guie’dani (Sótera Cruz) una niña zapoteca y a su madre, que se mudan de Oaxaca a la ciudad de México para trabajar como empleadas domésticas en una casa de clase media con ciertos privilegios.

La familia se muestra inconforme con Guie’dani porque no sonríe y es poco obediente. Y en el transcurso de los días hay una especie de intervención de corte racista de parte de la familia sobre la madre e hija, una búsqueda de “normalización” de sus modos de vida a los modos de la familia: se les pide comer con cubiertos, cortarse el cabello, ponerse la ropa ya usada y, sobre todo, no hablar zapoteco.

Todas estas nuevas normas son desatendidas por la madre y la hija, pero para la segunda su idioma es una de las herramientas más poderosas para ejercer la desobediencia. Así, Guie’dani le enseña zapoteco a su única amiga, una vecina que será su apoyo en medio de ese ambiente que le resulta hostil. Si el zapoteco es el idioma del espacio íntimo y familiar, el silencio para Guie’dani es contestatario. “Enseñarla a hablar español correctamente”, la divisa del padre de familia, orilla a Guie’dani a tomar clases particulares con un profesor español. Y en una escena, en el comedor (espacio vedado para la madre e hija), la familia usa el inglés para comunicarse entre ella.

Pese a que existen los espacios vedados Guie’dani desobedece. Desde detrás del barandal escucha las pláticas de la familia, y en sus paseos nocturnos por la casa descubre algunas de sus prácticas. Su presencia es la de ese “otro” ajeno que pone en duda el orden establecido y evidencia las reglas que buscan mantener la situación de privilegio de pocos, por eso resulta incómoda para la familia.

Henry David Thoreau en su importante ensayo Desobediencia civil escribe: “¿Para qué tiene cada hombre su conciencia? Yo creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo”.[1] Si trasladamos la desobediencia de Guie’dani al espacio de lo doméstico, la injusticia está dada en las relaciones: no sólo en la relación desigual sino también en la ilegalidad del trabajo realizado por la madre y la hija. En algún momento incluso, Claudia, la amiga de Guie’dani, menciona una situación de acoso sexual.

El ombligo de Guie’dani se coloca así en la línea de películas que tratan el problema del empleo en México desde el punto de vista de sus protagonistas femeninas, como La camarista (Lila Avilés, 2018) o Roma (Alfonso Cuarón, 2018) –aunque el tratamiento de la historia en El ombligo de Guie’danisea antitético al de esta última. Tanto en La camarista como en El ombligo de Guie’dani el silencio de las protagonistas se corresponde con los silencios en la narración: hay largas escenas con los escenarios que deben ser limpiados, sacudidos y que funcionan como prisión metafórica de las mujeres, mismos que son irrumpidos sólo en los momentos de alegría transgresora: las risas de la camarista Eve (Gabriela Cartol) en el hotel, y la música y baile catártico de fin de año de Guie’dani y Claudia en la casa “de los patrones”.

Si el lenguaje nos ayuda a construirnos una identidad (nos hace personas, en su sentido etimológico), también nos permite crear comunidad. La desobediencia es una reafirmación de dicha identidad ante los actos que atentan contra nuestra persona. Pero en El ombligo de Guie’dani después de la transgresión de Año Nuevo no hay una reacción. La transgresión de las jóvenes no tiene una repercusión directa: Guie’dani y su madre no vuelven a su hogar; el orden en la casa permanece inalterable. Y sin embargo en el silencio también hay resistencia.

El ombligo de Guie’dani (Xquipi’ Guie’dani). México / Canadá, 2018. Dirección y guión: Xavi Sala. Fotografía: Martín Boege, Alberto Anaya Adalid y Ricardo Garfias. Edición: Aldo Álvarez Morales. Edición y mezcla de sonido: Jaime Juárez y Miguel Molina. Con: Sótera Cruz, Érika López, Majo Alfaroh, Yuriria del Valle, Juan Ríos, Valentina Buzzurro, Jerónimo Kesselman, Mónica del Carmen. Producción: Reyna Escalante / Xavi Sala, P.C. 119 min.


Karina Solórzano es licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato. Ha trabajado como editora y colaborado en diversos medios impresos y digitales en México. Actualmente escribe reseñas sobre cine en diversos sitios de Latinoamérica y tiene un blog propio donde habla sobre cine, filosofía y sexo.


[1] Henry David Thoreau, Desobediencia civil y otros ensayos (Madrid: Público, 2009), 39.